Misión diplomática
A cada hachazo, el árbol salpicaba de verde el rostro del leñador. Lerinus Avari se sentía afortunado; después de haber derramado torpemente el vino sobre Ymlair al servir su copa, cortar leña le pareció un castigo menor. En una ocasión anterior, por el mero hecho de tardar en acudir más tiempo de lo que Ymlair consideraba apropiado, había sido azotado hasta sangrar, o aquella otra vez, en la que habló sin que se lo pidieran y el maldito altmer le había cortado un dedo de la mano izquierda. Y tan solo llevaba dos meses a su servicio. Si seguía así, pronto no quedaría nada de él.
Lerinus se preguntaba qué ocurriría si tratara de escapar ahora que estaba solo, en aquel bosque. Había caído en manos de los elfos en Atrene, un campamento imperial al sur de Cyrodiil y enviado como prisionero de guerra a Estivalia. Al no contar con nadie que pagara su rescate – ¿Cómo iba a tenerlo el hijo de un humilde peletero?- había sido vendido como criado al elfo.
Por lo que había podido averiguar, en el tiempo que llevaba con él, Ymlair era considerado uno de los líderes de los “Thalmor”, una especie de consejo diplomático al servicio de la reina Ayrenn. Cuando abandonaron la isla de Estivalia y embarcaron rumbo al bosque de Valen, pensó que tendría su oportunidad para huir al norte y regresar a casa, pero llevaban más de una semana adentrándose en la espesura de una jungla laberíntica y lo más probable es que jamás saliera de ella con vida. Tendría que esperar una ocasión mejor. Usando una manga de su ropa harapienta, se limpió los restos de savia del rostro y echó un vistazo al montón de ramas que había podado hasta el momento. Demasiado verdes para arder- se dijo- ¿Para qué demonios le había ordenado algo tan absurdo? Mejor esto que perder otro dedo, así que tomó aire y volvió a descargar su hacha contra el árbol.
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- No vale la pena desperdiciar el tiempo con estos – aseguró Behdili señalando un punto en el mapa - Son cobardes y necios. Además perdieron mucha gente la última vez y el dolor es reciente. Son elfos débiles.
El que así habló era un anciano bosmer, vestido con pieles y adornos de hueso que delataban su condición de líder. Junto a él, vestida con una imponente cota de malla y con un gran mandoble a la espalda del que asomaba la empuñadura se hallaba una elfa de larga melena negra recogida en una cola de caballo. Ésta miró al otro lado de la mesa, donde otro altmer, de rostro anguloso y ojos grises, atendía las explicaciones del pequeño elfo del bosque.
Ymlair sonrío en silencio: las rencillas entre los bosmer eran frecuentes y estaba claro que Behdili tenía cuentas pendientes con el poblado vecino. Sabía por recientes informes, que los intentos de Behdili por controlar el lago habían fracasado una y otra vez y el poblado al que había llamado “cobarde” continuaba inamovible pese a todo.
- Negociaremos con ellos, tal y como hemos hecho con tu pueblo- intervino la altmer del mandoble- Tal y como desea la reina. Tú solo dinos dónde se encuentran.
El bosmer se encogió de hombros, visiblemente contrariado.
- Los Thalmor agradecen enormemente tu ayuda y la de tu pueblo, Behdili – añadió Ymlair, conciliador- Pero la reina necesita un ejército si desea conquistar Cyrodiil. Si esos bosmer son tan débiles como dices, encontraremos un lugar para ellos en primera línea, donde al menos puedan ser útiles para detener proyectiles
- Eso si aceptan…
Ymlair, ataviado con una larga túnica negra, se levantó de la silla y a Behdili le pareció que le envolvía la oscuridad.
- Los que no son aliados de los Aldmeri, son sus enemigos. Aceptarán… por su propio bien.
Ymlair leyó satisfecho el miedo en los ojos del bosmer.
- Y ahora, querido amigo, si no os importa, Gaeras y yo tenemos asuntos que tratar.
Behdili dio media vuelta y, abandonó con alivio la tienda de campaña del altmer.
Una vez solos, Ymlair echó un vistazo al mapa.
- Estamos muy cerca. Si ese lago es el que buscamos, por fin habremos llegado.
- El templo de Auriel- dijo Gaeras
- El mismo que nuestros antepasados aldmer erigieron en su nombre – aclaró Ymlair
- Y si está ahí ¿Qué impide que estos salvajes lo hayan saqueado? ¿Y si lo que venimos a buscar…?
- Los bosmer no entran en las ruinas – interrumpió Ymlair- Temen demasiado perturbar el pasado. Y hacen bien: por lo que sé, el templo sabe cómo protegerse ¿Te apetece un poco de vino? Toma una copa y brindemos por nuestra misión.
Gaeras se dio cuenta mientras escanciaba el vino en las copas.
- ¿Y el imperial? ¿Dónde está vuestro criado?
Ymrail dio un trago y esbozó una sonrisa.
- Me aburría.
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Lerinus empezó a recoger las ramas del suelo deseando que fueran suficientes para satisfacer a su amo. Le sorprendió un ruido en el suelo, muy cerca de donde estaba. A la luz de la luna, creyó ver una serpiente reptando hacia él. Se apartó de un salto dejando caer la leña. Aterrorizado, descubrió que el suelo era un hervidero que agitaba la maleza frenéticamente. Se disponía a salir corriendo cuando se dio cuenta que sus pies estaban anclados al suelo y que algo se estaba enrollando en sus piernas, solo que no eran serpientes, sino raíces del árbol al que había despojado de sus ramas. Del tronco emanó una brillante luz verde y entonces algo comenzó a surgir de su interior. Asomó primero la cabeza, verde y cambiante y luego, casi como si de un parto se tratara, el resto del cuerpo. La criatura se situó frente a Lerinus, arremolinándose sobre si misma. Hizo un gesto con sus garras y dos gruesas enredaderas acudieron de la espesura atrapando los brazos de Lerinus.
- No. Por favor… por favor.
El hombre recordó las leyendas sobre los espíritus protectores de los bosques. Solo que en las historias que había escuchado, estos seres ayudaban a aquellos que se extraviaban a encontrar el camino. Spriggans. No parecía que el espíritu que le estaba observando tuviera la menor intención de ayudarle. A otro gesto del spriggan, las enredaderas tiraron con tal fuerza que arrancaron de cuajo los brazos del hombre, antes de desaparecer con ellos en la espesura.
Nadie en el campamento se atrevió a investigar el origen de los desgarradores gritos que provenían del bosque.
Ymrail, complacido, apagó la última vela de su tienda y se dispuso a dormir.