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Hola a todos. No sé si alguno de los que quedan por aquí se acordará de mí, pero yo si me acuerdo de todos los que estuvieron. Una de las mejores etapas de mi vida como escritor fue mi relato inacabado (pido perdón, pero la vida es muy hija puta y a veces convierte lo que amas en un recuerdo demasiado doloroso) Recuerdos de un Elfo Exiliado.
Nunca he dejado de escribir y he pensado que me apetecía compartir con todos vosotros un nuevo relato. Aviso que no tendrá que ver con el mundo de TESO, pero puede, quizás, que a alguno de vosotros le guste leer. Nunca pierdo la esperanza. Se trata de un proyecto de serie en el que estoy trabajando y me encantaría que fuerais los primeros en disfrutarlo. El proyecto se llama CHAMANIKA. Os lo dedico de todo corazón.
CAP. 1: EL ÚLTIMO ALIENTO DEL MAESTRO
Tres piraguas a motor progresan por las verdosas aguas . En cada una de ellas, un guía nativo maneja el timón con destreza mientras otro, a proa, se ayuda de una pértiga para evitar obstáculos imprevistos. Navegan con la confianza de quien realiza la ruta con frecuencia, no en vano alguien dijo que el río Amazonas es la autopista de la selva,
Un repentino chapoteo llama la atención de la docena de turistas embarcados, cuatro en cada piragua. Se vuelven a tiempo de ver como una pareja de caimanes se sumerge desde la orilla. Algunos sacan fotos, maravillados de verse en el corazón de la densa selva amazónica.
Un tipo vestido con una llamativa camisa floreada, permanece ajeno al paisaje, con la vista fija en el rumbo de la piragua. Se palmea el cuello para acabar con un molesto mosquito y musita una maldición. Tras un muro de altísimos juncos, en un viraje, todos contemplan un improvisado embarcadero a los pies de una majestuosa maloca.
El sonido del motor se apaga a medida que se acercan las piraguas con su cargamento de turistas, El guía les indica que desembarquen y el grupo no se hace de rogar, deseosos de pisar tierra firme. Caminan hacia la imponente cabaña de madera y grueso techo de hoja de palma. Serenvaio, un anciano de piel curtida como el cuero, con una colorida corona de plumas y un collar de dientes de jaguar, recibe en la entrada a los recién llegados con bondadosa hospitalidad. Todos se muestran felices de haber llegado a su destino, mientras admiran el paraje salvaje en el que se enclava el edificio, rodeado de selva.
-Bienvenidos a vuestra casa. - exclama el curandero- Mi familia os traerá enseguida algo de beber. De comer, no, que no podéis. Al menos hasta después de la ceremonia.
Los turistas ríen. Llevan varios días a dieta; pasando hambre para estar preparados para participar en el ritual. Serenvaio estrecha la mano del tipo de la camisa floreada. Tras hacerlo, mira al recién llegado con curiosidad mientras se frota la palma de la mano, limpiándola con disimulo. Clava su mirada en el turista.
- Y ¿Cuál era su nombre, señor?- pregunta el anciano.
- Antonio Méndez. - responde el turista con una sonrisa.
- Ah, los españoles. Y dónde está su mujer?
- Al final vine solo. El viaje en barco no le sentó bien.
Serenvaio asiente, comprensivo. Mientras tanto, dos niños se acercan ofreciendo agua fresca. Cuando Antonio Méndez acepta el obsequio y bebe un trago. Serenvaio observa que en su antebrazo hay un pequeño tatuaje.
- ¿Este es su primer viaje al Amazonas? - pregunta el curandero.
- Sí, así es - Antonio nota la mirada de Serenvaio y se da cuenta de que está siendo puesto a prueba- Ah, lo dice por esto...
El hombre muestra el tatuaje en su antebrazo que representa a una serpiente enroscada.
- Me lo hizo un tipo en Barcelona, le conté que venía aquí y me pareció apropiado. Ni idea de lo que significa… pero es bonito, ¿no?
Serenvaio asiente con una escéptica sonrisa. Se dirige al grupo:
- Pasen dentro todos, si son tan amables.
Los turistas entran, excitados por la proximidad de la ceremonia. Cuando Antonio Méndez se dispones a seguirlos, Serenvaio se interpone a la puerta. y le mira a los ojos con semblante serio y una determinación que le otorga un aspecto poderoso.
- Este es un lugar sagrado. Aquí vienen a sanar, a cerrar heridas, a aprender a perdonar y perdonarse. Lo que ha venido a buscar, señor... Méndez... ni está aquí, ni puedo dárselo.
Antonio Méndez parece sorprendido un instante, pero enseguida esboza una sonrisa satisfecha.
- ¿No puedo entrar? - inquiere.
- Le pido disculpas por las molestias. - responde Serenvaio- Le llevarán de vuelta y podrá reunirse esta misma noche con su mujer. Aprovechen para visitar juntos otras cosas.
Antonio asiente., aunque su rostro amable se torna en una expresión de profundo desprecio.
- Viejo chalado... tienes razón. No tengo por qué entrar en tu apestoso espectáculo para turistas.
El turista da la espalda al anciano y se encamina al embarcadero. A medio camino, se da la vuelta y mira a Serenvaio que sigue en pie frente a la puerta.
- ¡Buena pinta, anciano! Buena pinta.
Antonio se despide con un gesto y se sube a la piragua. El guía arranca el motor, mientras su compañero se impulsa con la pértiga y se aleja por el río.
En el interior de la maloca, los turistas se distribuyen en el edificio de madera de planta rectangular; las mujeres a un lado y los hombres al otro. Se afanan en colgar sus hamacas en los puestos asignados . Al terminar, alguno echa un vistazo a la selva a través del muro abierto de las paredes, de apenas un metro de altura.
Ahora la vegetación es una ola sombría repleta de los primeros sonidos nocturnos de pájaros y zumbidos de insectos. Uno de los tres ayudantes del sanador, asiste a un invitado japonés para asegurar su hamaca a uno de las muchos postes de madera que hacen las veces de columnas. Algunos de los visitantes bromean al subirse de forma torpe a la suya, por falta de costumbre. Las risas cesan enseguida al tomar conciencia del lugar sagrado en el que se encuentran. Desde una pequeña habitación cerrada, en un rincón de la sala, se escucha un leve pero poderoso cántico, mientras dos asistentes proceden a realizar un sahumerio con un brasero de mano y un chacapa, un abanico de hojas secas. El humo esparcido llena la estancia de aromas de incienso y palosanto y contagia un respetuoso silencio entre los asistentes a la ceremonia.
Serenvaio sale del cuartito. Además de la corona de plumas y el collar de dientes de jaguar, lleva un blanco traje ceremonial de coloridos bordados. Sirve un cuenco con un brebaje oscuro y espeso y se lo entrega a sus ayudantes.
Uno a uno, los turistas reciben el cuenco y en pie, beben su contenido. Agradecen con un gesto el presente y regresan a sus respectivas hamacas. La oscuridad en el exterior es total y las únicas luces provienen del brasero en el centro de la sala y las velas que delimitan el pasillo central. Serenvaio bebe del cuenco y es el último en acostarse .
La piragua recorre las oscuras aguas ayudándose de un pequeño foco a proa. Mientras allí uno de los GUÍAS escruta el río en busca de cualquier obstáculo, el otro, en popa, maneja el timón.
Antonio Méndez emite un sonoro silbido. Se escucha el chapoteo familiar de los caimanes al lanzarse al agua. El guía en la proa, se vuelve extrañado ante el comportamiento del viajero. Lo encuentra en pie, frente a él.
- No es nada personal.- le dice Antonio .
El turista da un empujón al guía y el hombre cae, antes de poder siquiera gritar,
Los caimanes se disputan la presa. El otro guía, suelta el timón y se pone en pie, horrorizado. Antonio se hace con la pértiga y lo desequilibra para arrojarlo por la borda. Luego, con suma calma, se hace con el timón.
En la oscuridad, resuenan los gritos de terror mientras se aleja la piragua. Los alaridos duran solo un breve instante; hasta que las mandíbulas de un caimán atrapan al desgraciado y tiran de él hacia el fondo
Antonio guía la piragua hasta la orilla.. Desciende de la barca y camina a oscuras, entre el difuso sendero entre ceibas y caobas, envuelto en una cacofonía de sonidos nocturnos del lugar. Encuentra un suelo rocoso, limpio de vegetación. Se sienta cruzando las piernas y abre su mochila. De ella saca una simple vela, que planta en el suelo y la enciende. Bajo la titilante luz de la diminuta llama, se hace con una cantimplora metálica.
El hombre bebe un largo trago y tuerce el gesto al sentir el sabor denso y arenoso del brebaje.
En la maloca de Serenvaio, el grupo de turistas reposa en silencio . El curandero chasca la lengua e inicia un cántico ancestral. Las llamas de las velas parecen danzar al son de la música y su resplandor se intensifica por un instante.
El icaro acompaña el trance de todos los presentes, que parecen disfrutar de la experiencia. Una mujer contempla con curiosidad sus propias manos. Las mueve ante sus ojos, fascinada. Al cántico se suma otra voz, más aguda. A un ritmo frenético, las ininteligibles palabras planean sobre los presentes. Es otro tipo de cántico, penetrante y maligno.
Serenvaio abre los ojos, alerta., cuando, de pronto, una gallina irrumpe por la puerta, cacareando de forma estruendosa. Serenvaio se incorpora, sorprendido por la inesperada intrusa. El sonido de alguien al vomitar de forma violenta llama su atención. El turista japonés, en trance, cae de la hamaca sobre sus propios vómitos, incapaz de ponerse en pie. Casi de inmediato, al otro lado de la maloca, una mujer convulsiona, mientras que otra turista acierta a ponerse de lado para arrojar en un estertor un líquido negro.
Uno de los asistentes trata de acercarse al turista japonés, pero cae de rodillas, sin fuerza para levantarse. Los otros dos ayudantes siguen inmóviles, con apariencia momificada, incapaces de despertar. Serenvaio se levanta y él mismo arroja a la gallina por encima del muro que hace las veces de pared. A su alrededor, todos los presentes se remueven inquietos, vomitando o cayendo al suelo. Un hombre grita aterrorizado y una mujer se une a su desesperación.
Serenvaio chasquea con fuerza la lengua tres veces. Se hace el silencio en la sala. Ni siquiera se escuchan los sonidos de la selva. Serenvaio inicia un nuevo ícaro. Su cántico, suave y tranquilo, parece proyectarse desde todos los rincones de su maloca. El poderoso anciano se sienta en el centro de la sala y se concentra en su voz. Salida de la nada, una fina red de hilos dorados comienza a tejerse sobre la cabeza de Serenvaio. A medida que el curandero canta, se extiende suspendida en el aire y envuelve, en forma de cúpula, a todos los participantes de la ceremonia, que comienzan a calmarse.
Antonio,, sentado con las piernas cruzadas, entona con los ojos cerrados su icaro agudo y chirriante. La llama de la vela tan pronto parece extinguirse, como crece de forma desproporcionada. Cuando finaliza su cántico y exhala profundamente. Todo alrededor se desvanece, oculto en brumas. Cuando estás se disipan, frente a él, arde una hoguera y al otro lado, en idéntica postura que el brujo, se encuentra el maestro Serenvaio. A su alrededor reina la oscuridad más absoluta.
Se sostienen la mirada, desafiantes. Ambos entonan icaros y silbidos. El brujo y el curandero mantienen su duelo de poder un instante hasta que las facciones de Serenvaio, se vuelven difusas. La arrugada piel se pixela y oscurece y sus ojos se tornan en los de un felino. Se escucha el rugido de un jaguar. El curandero muestra a Antonio sus colmillos.
- ¿Quién eres?- ruge el curandero.
- Esa es una pregunta equivocada- responde su adversario- la pregunta correcta es ¿Quiénes somos?
El rostro de Serenvaio muestra desconcierto por un instante, hasta que su sabiduría da con la respuesta.
- Runa Puma.
Serenvaio se concentra. Unos ojos verdes de felino acechan la espalda de Runa Puma. El brujo se da cuenta de que unas gruesas raíces comienzan a rodearle las piernas. Runa Puma escupe al fuego y este, obedece una mágica orden y lame las raíces, haciéndolas retroceder.
Serenvaio descubre que Runa Puma tiene los peligrosos y amarillos ojos de una serpiente. Extiende su mano hacia su enemigo y se transforma en una zarpa de jaguar
- ¡Ahora! - grita el curandero.
Desde la oscuridad se escucha un feroz rugido y un enorme jaguar negro se abalanza a la carrera hacia Runa Puma. El brujo silba y al hacerlo, surge de su boca una lengua bífida. Una gigantesca anaconda cae sobre Serenvaio a la vez que la garra de jaguar rasga el aire y hiere a Runa Puma en el hombro. El rostro del felino aparece frente al brujo dispuesto a devorarlo. Frena en seco a escasos centímetros y se disipa.
La anaconda gigante tiene la cabeza del curandero en su boca, mientras los anillos rodean su cuerpo. La poderosa serpiente hace crujir todos los huesos de Serenvaio.
El cuerpo de Serenvaio cruje y las costillas se rompen hacia adentro, apresadas por los poderosos anillos invisibles de la anaconda gigante. Un hilo de sangre se derrama desde la nariz. El Ayudante grita de terror, mientras la mágica red dorada suspendida en el aire, se rasga y se deshace en llamas.
Todos los presentes gritan y convulsionan en medio de un trance terrible. El asistente fracasa en el intento de despertar a sus compañeros mientras un ícaro agudo y penetrante le obliga a taparse los oídos. En la entrada de la maloca, descubre una sombra aproximarse. Cae de rodillas, exhausto.
Runa Puma, envuelto en un aura neblinosa, camina tranquilo hacia el despojo roto de Serenvaio. De camino, encuentra una botella y el cuenco con el ancestral remedio. Con el pie, derrama su contenido y avanza hacia Serenvaio. Se arrodilla frente a su rival y le sujeta por los hombros.
Serenvaio, aún con vida, observa la mirada fría y peligrosa de serpiente del brujo. Runa Puma le arranca, con la boca, el collar de dientes de jaguar y aspira profundamente. Devora el último hálito de poder del curandero antes de que fallezca. Deja caer los restos de su rival, como un cascarón vacío. El Ayudante ve como el brujo se levanta y abandona la maloca. A su paso hacia la salida, las velas se apagan una por una.
Nunca he dejado de escribir y he pensado que me apetecía compartir con todos vosotros un nuevo relato. Aviso que no tendrá que ver con el mundo de TESO, pero puede, quizás, que a alguno de vosotros le guste leer. Nunca pierdo la esperanza. Se trata de un proyecto de serie en el que estoy trabajando y me encantaría que fuerais los primeros en disfrutarlo. El proyecto se llama CHAMANIKA. Os lo dedico de todo corazón.
CAP. 1: EL ÚLTIMO ALIENTO DEL MAESTRO
Tres piraguas a motor progresan por las verdosas aguas . En cada una de ellas, un guía nativo maneja el timón con destreza mientras otro, a proa, se ayuda de una pértiga para evitar obstáculos imprevistos. Navegan con la confianza de quien realiza la ruta con frecuencia, no en vano alguien dijo que el río Amazonas es la autopista de la selva,
Un repentino chapoteo llama la atención de la docena de turistas embarcados, cuatro en cada piragua. Se vuelven a tiempo de ver como una pareja de caimanes se sumerge desde la orilla. Algunos sacan fotos, maravillados de verse en el corazón de la densa selva amazónica.
Un tipo vestido con una llamativa camisa floreada, permanece ajeno al paisaje, con la vista fija en el rumbo de la piragua. Se palmea el cuello para acabar con un molesto mosquito y musita una maldición. Tras un muro de altísimos juncos, en un viraje, todos contemplan un improvisado embarcadero a los pies de una majestuosa maloca.
El sonido del motor se apaga a medida que se acercan las piraguas con su cargamento de turistas, El guía les indica que desembarquen y el grupo no se hace de rogar, deseosos de pisar tierra firme. Caminan hacia la imponente cabaña de madera y grueso techo de hoja de palma. Serenvaio, un anciano de piel curtida como el cuero, con una colorida corona de plumas y un collar de dientes de jaguar, recibe en la entrada a los recién llegados con bondadosa hospitalidad. Todos se muestran felices de haber llegado a su destino, mientras admiran el paraje salvaje en el que se enclava el edificio, rodeado de selva.
-Bienvenidos a vuestra casa. - exclama el curandero- Mi familia os traerá enseguida algo de beber. De comer, no, que no podéis. Al menos hasta después de la ceremonia.
Los turistas ríen. Llevan varios días a dieta; pasando hambre para estar preparados para participar en el ritual. Serenvaio estrecha la mano del tipo de la camisa floreada. Tras hacerlo, mira al recién llegado con curiosidad mientras se frota la palma de la mano, limpiándola con disimulo. Clava su mirada en el turista.
- Y ¿Cuál era su nombre, señor?- pregunta el anciano.
- Antonio Méndez. - responde el turista con una sonrisa.
- Ah, los españoles. Y dónde está su mujer?
- Al final vine solo. El viaje en barco no le sentó bien.
Serenvaio asiente, comprensivo. Mientras tanto, dos niños se acercan ofreciendo agua fresca. Cuando Antonio Méndez acepta el obsequio y bebe un trago. Serenvaio observa que en su antebrazo hay un pequeño tatuaje.
- ¿Este es su primer viaje al Amazonas? - pregunta el curandero.
- Sí, así es - Antonio nota la mirada de Serenvaio y se da cuenta de que está siendo puesto a prueba- Ah, lo dice por esto...
El hombre muestra el tatuaje en su antebrazo que representa a una serpiente enroscada.
- Me lo hizo un tipo en Barcelona, le conté que venía aquí y me pareció apropiado. Ni idea de lo que significa… pero es bonito, ¿no?
Serenvaio asiente con una escéptica sonrisa. Se dirige al grupo:
- Pasen dentro todos, si son tan amables.
Los turistas entran, excitados por la proximidad de la ceremonia. Cuando Antonio Méndez se dispones a seguirlos, Serenvaio se interpone a la puerta. y le mira a los ojos con semblante serio y una determinación que le otorga un aspecto poderoso.
- Este es un lugar sagrado. Aquí vienen a sanar, a cerrar heridas, a aprender a perdonar y perdonarse. Lo que ha venido a buscar, señor... Méndez... ni está aquí, ni puedo dárselo.
Antonio Méndez parece sorprendido un instante, pero enseguida esboza una sonrisa satisfecha.
- ¿No puedo entrar? - inquiere.
- Le pido disculpas por las molestias. - responde Serenvaio- Le llevarán de vuelta y podrá reunirse esta misma noche con su mujer. Aprovechen para visitar juntos otras cosas.
Antonio asiente., aunque su rostro amable se torna en una expresión de profundo desprecio.
- Viejo chalado... tienes razón. No tengo por qué entrar en tu apestoso espectáculo para turistas.
El turista da la espalda al anciano y se encamina al embarcadero. A medio camino, se da la vuelta y mira a Serenvaio que sigue en pie frente a la puerta.
- ¡Buena pinta, anciano! Buena pinta.
Antonio se despide con un gesto y se sube a la piragua. El guía arranca el motor, mientras su compañero se impulsa con la pértiga y se aleja por el río.
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En el interior de la maloca, los turistas se distribuyen en el edificio de madera de planta rectangular; las mujeres a un lado y los hombres al otro. Se afanan en colgar sus hamacas en los puestos asignados . Al terminar, alguno echa un vistazo a la selva a través del muro abierto de las paredes, de apenas un metro de altura.
Ahora la vegetación es una ola sombría repleta de los primeros sonidos nocturnos de pájaros y zumbidos de insectos. Uno de los tres ayudantes del sanador, asiste a un invitado japonés para asegurar su hamaca a uno de las muchos postes de madera que hacen las veces de columnas. Algunos de los visitantes bromean al subirse de forma torpe a la suya, por falta de costumbre. Las risas cesan enseguida al tomar conciencia del lugar sagrado en el que se encuentran. Desde una pequeña habitación cerrada, en un rincón de la sala, se escucha un leve pero poderoso cántico, mientras dos asistentes proceden a realizar un sahumerio con un brasero de mano y un chacapa, un abanico de hojas secas. El humo esparcido llena la estancia de aromas de incienso y palosanto y contagia un respetuoso silencio entre los asistentes a la ceremonia.
Serenvaio sale del cuartito. Además de la corona de plumas y el collar de dientes de jaguar, lleva un blanco traje ceremonial de coloridos bordados. Sirve un cuenco con un brebaje oscuro y espeso y se lo entrega a sus ayudantes.
Uno a uno, los turistas reciben el cuenco y en pie, beben su contenido. Agradecen con un gesto el presente y regresan a sus respectivas hamacas. La oscuridad en el exterior es total y las únicas luces provienen del brasero en el centro de la sala y las velas que delimitan el pasillo central. Serenvaio bebe del cuenco y es el último en acostarse .
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La piragua recorre las oscuras aguas ayudándose de un pequeño foco a proa. Mientras allí uno de los GUÍAS escruta el río en busca de cualquier obstáculo, el otro, en popa, maneja el timón.
Antonio Méndez emite un sonoro silbido. Se escucha el chapoteo familiar de los caimanes al lanzarse al agua. El guía en la proa, se vuelve extrañado ante el comportamiento del viajero. Lo encuentra en pie, frente a él.
- No es nada personal.- le dice Antonio .
El turista da un empujón al guía y el hombre cae, antes de poder siquiera gritar,
Los caimanes se disputan la presa. El otro guía, suelta el timón y se pone en pie, horrorizado. Antonio se hace con la pértiga y lo desequilibra para arrojarlo por la borda. Luego, con suma calma, se hace con el timón.
En la oscuridad, resuenan los gritos de terror mientras se aleja la piragua. Los alaridos duran solo un breve instante; hasta que las mandíbulas de un caimán atrapan al desgraciado y tiran de él hacia el fondo
Antonio guía la piragua hasta la orilla.. Desciende de la barca y camina a oscuras, entre el difuso sendero entre ceibas y caobas, envuelto en una cacofonía de sonidos nocturnos del lugar. Encuentra un suelo rocoso, limpio de vegetación. Se sienta cruzando las piernas y abre su mochila. De ella saca una simple vela, que planta en el suelo y la enciende. Bajo la titilante luz de la diminuta llama, se hace con una cantimplora metálica.
El hombre bebe un largo trago y tuerce el gesto al sentir el sabor denso y arenoso del brebaje.
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En la maloca de Serenvaio, el grupo de turistas reposa en silencio . El curandero chasca la lengua e inicia un cántico ancestral. Las llamas de las velas parecen danzar al son de la música y su resplandor se intensifica por un instante.
El icaro acompaña el trance de todos los presentes, que parecen disfrutar de la experiencia. Una mujer contempla con curiosidad sus propias manos. Las mueve ante sus ojos, fascinada. Al cántico se suma otra voz, más aguda. A un ritmo frenético, las ininteligibles palabras planean sobre los presentes. Es otro tipo de cántico, penetrante y maligno.
Serenvaio abre los ojos, alerta., cuando, de pronto, una gallina irrumpe por la puerta, cacareando de forma estruendosa. Serenvaio se incorpora, sorprendido por la inesperada intrusa. El sonido de alguien al vomitar de forma violenta llama su atención. El turista japonés, en trance, cae de la hamaca sobre sus propios vómitos, incapaz de ponerse en pie. Casi de inmediato, al otro lado de la maloca, una mujer convulsiona, mientras que otra turista acierta a ponerse de lado para arrojar en un estertor un líquido negro.
Uno de los asistentes trata de acercarse al turista japonés, pero cae de rodillas, sin fuerza para levantarse. Los otros dos ayudantes siguen inmóviles, con apariencia momificada, incapaces de despertar. Serenvaio se levanta y él mismo arroja a la gallina por encima del muro que hace las veces de pared. A su alrededor, todos los presentes se remueven inquietos, vomitando o cayendo al suelo. Un hombre grita aterrorizado y una mujer se une a su desesperación.
Serenvaio chasquea con fuerza la lengua tres veces. Se hace el silencio en la sala. Ni siquiera se escuchan los sonidos de la selva. Serenvaio inicia un nuevo ícaro. Su cántico, suave y tranquilo, parece proyectarse desde todos los rincones de su maloca. El poderoso anciano se sienta en el centro de la sala y se concentra en su voz. Salida de la nada, una fina red de hilos dorados comienza a tejerse sobre la cabeza de Serenvaio. A medida que el curandero canta, se extiende suspendida en el aire y envuelve, en forma de cúpula, a todos los participantes de la ceremonia, que comienzan a calmarse.
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Antonio,, sentado con las piernas cruzadas, entona con los ojos cerrados su icaro agudo y chirriante. La llama de la vela tan pronto parece extinguirse, como crece de forma desproporcionada. Cuando finaliza su cántico y exhala profundamente. Todo alrededor se desvanece, oculto en brumas. Cuando estás se disipan, frente a él, arde una hoguera y al otro lado, en idéntica postura que el brujo, se encuentra el maestro Serenvaio. A su alrededor reina la oscuridad más absoluta.
Se sostienen la mirada, desafiantes. Ambos entonan icaros y silbidos. El brujo y el curandero mantienen su duelo de poder un instante hasta que las facciones de Serenvaio, se vuelven difusas. La arrugada piel se pixela y oscurece y sus ojos se tornan en los de un felino. Se escucha el rugido de un jaguar. El curandero muestra a Antonio sus colmillos.
- ¿Quién eres?- ruge el curandero.
- Esa es una pregunta equivocada- responde su adversario- la pregunta correcta es ¿Quiénes somos?
El rostro de Serenvaio muestra desconcierto por un instante, hasta que su sabiduría da con la respuesta.
- Runa Puma.
Serenvaio se concentra. Unos ojos verdes de felino acechan la espalda de Runa Puma. El brujo se da cuenta de que unas gruesas raíces comienzan a rodearle las piernas. Runa Puma escupe al fuego y este, obedece una mágica orden y lame las raíces, haciéndolas retroceder.
Serenvaio descubre que Runa Puma tiene los peligrosos y amarillos ojos de una serpiente. Extiende su mano hacia su enemigo y se transforma en una zarpa de jaguar
- ¡Ahora! - grita el curandero.
Desde la oscuridad se escucha un feroz rugido y un enorme jaguar negro se abalanza a la carrera hacia Runa Puma. El brujo silba y al hacerlo, surge de su boca una lengua bífida. Una gigantesca anaconda cae sobre Serenvaio a la vez que la garra de jaguar rasga el aire y hiere a Runa Puma en el hombro. El rostro del felino aparece frente al brujo dispuesto a devorarlo. Frena en seco a escasos centímetros y se disipa.
La anaconda gigante tiene la cabeza del curandero en su boca, mientras los anillos rodean su cuerpo. La poderosa serpiente hace crujir todos los huesos de Serenvaio.
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En el corazón del Amazonas, en la maloca, Serenvaio permanece sentado en el suelo, sudoroso e inmóvil, en el centro de la sala. Uno de los asistentes socorre al turista japonés para devolverlo a su hamaca. Cuando se dispone a regresar a su puesto se asusta al ver al curandero con los ojos en blanco.
El cuerpo de Serenvaio cruje y las costillas se rompen hacia adentro, apresadas por los poderosos anillos invisibles de la anaconda gigante. Un hilo de sangre se derrama desde la nariz. El Ayudante grita de terror, mientras la mágica red dorada suspendida en el aire, se rasga y se deshace en llamas.
Todos los presentes gritan y convulsionan en medio de un trance terrible. El asistente fracasa en el intento de despertar a sus compañeros mientras un ícaro agudo y penetrante le obliga a taparse los oídos. En la entrada de la maloca, descubre una sombra aproximarse. Cae de rodillas, exhausto.
Runa Puma, envuelto en un aura neblinosa, camina tranquilo hacia el despojo roto de Serenvaio. De camino, encuentra una botella y el cuenco con el ancestral remedio. Con el pie, derrama su contenido y avanza hacia Serenvaio. Se arrodilla frente a su rival y le sujeta por los hombros.
Serenvaio, aún con vida, observa la mirada fría y peligrosa de serpiente del brujo. Runa Puma le arranca, con la boca, el collar de dientes de jaguar y aspira profundamente. Devora el último hálito de poder del curandero antes de que fallezca. Deja caer los restos de su rival, como un cascarón vacío. El Ayudante ve como el brujo se levanta y abandona la maloca. A su paso hacia la salida, las velas se apagan una por una.
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