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NUEVO RELATO DE ZOYGHOUL: CHAMANIKA

zoyghoul

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Hola a todos. No sé si alguno de los que quedan por aquí se acordará de mí, pero yo si me acuerdo de todos los que estuvieron. Una de las mejores etapas de mi vida como escritor fue mi relato inacabado (pido perdón, pero la vida es muy hija puta y a veces convierte lo que amas en un recuerdo demasiado doloroso) Recuerdos de un Elfo Exiliado.

Nunca he dejado de escribir y he pensado que me apetecía compartir con todos vosotros un nuevo relato. Aviso que no tendrá que ver con el mundo de TESO, pero puede, quizás, que a alguno de vosotros le guste leer. Nunca pierdo la esperanza. Se trata de un proyecto de serie en el que estoy trabajando y me encantaría que fuerais los primeros en disfrutarlo. El proyecto se llama CHAMANIKA. Os lo dedico de todo corazón.

CAP. 1: EL ÚLTIMO ALIENTO DEL MAESTRO

Tres piraguas a motor progresan por las verdosas aguas . En cada una de ellas, un guía nativo maneja el timón con destreza mientras otro, a proa, se ayuda de una pértiga para evitar obstáculos imprevistos. Navegan con la confianza de quien realiza la ruta con frecuencia, no en vano alguien dijo que el río Amazonas es la autopista de la selva,

Un repentino chapoteo llama la atención de la docena de turistas embarcados, cuatro en cada piragua. Se vuelven a tiempo de ver como una pareja de caimanes se sumerge desde la orilla. Algunos sacan fotos, maravillados de verse en el corazón de la densa selva amazónica.

Un tipo vestido con una llamativa camisa floreada, permanece ajeno al paisaje, con la vista fija en el rumbo de la piragua. Se palmea el cuello para acabar con un molesto mosquito y musita una maldición. Tras un muro de altísimos juncos, en un viraje, todos contemplan un improvisado embarcadero a los pies de una majestuosa maloca.

El sonido del motor se apaga a medida que se acercan las piraguas con su cargamento de turistas, El guía les indica que desembarquen y el grupo no se hace de rogar, deseosos de pisar tierra firme. Caminan hacia la imponente cabaña de madera y grueso techo de hoja de palma. Serenvaio, un anciano de piel curtida como el cuero, con una colorida corona de plumas y un collar de dientes de jaguar, recibe en la entrada a los recién llegados con bondadosa hospitalidad. Todos se muestran felices de haber llegado a su destino, mientras admiran el paraje salvaje en el que se enclava el edificio, rodeado de selva.

-Bienvenidos a vuestra casa. - exclama el curandero- Mi familia os traerá enseguida algo de beber. De comer, no, que no podéis. Al menos hasta después de la ceremonia.

Los turistas ríen. Llevan varios días a dieta; pasando hambre para estar preparados para participar en el ritual. Serenvaio estrecha la mano del tipo de la camisa floreada. Tras hacerlo, mira al recién llegado con curiosidad mientras se frota la palma de la mano, limpiándola con disimulo. Clava su mirada en el turista.

- Y ¿Cuál era su nombre, señor?- pregunta el anciano.

- Antonio Méndez. - responde el turista con una sonrisa.

- Ah, los españoles. Y dónde está su mujer?

- Al final vine solo. El viaje en barco no le sentó bien.

Serenvaio asiente, comprensivo. Mientras tanto, dos niños se acercan ofreciendo agua fresca. Cuando Antonio Méndez acepta el obsequio y bebe un trago. Serenvaio observa que en su antebrazo hay un pequeño tatuaje.

- ¿Este es su primer viaje al Amazonas? - pregunta el curandero.

- Sí, así es - Antonio nota la mirada de Serenvaio y se da cuenta de que está siendo puesto a prueba- Ah, lo dice por esto...

El hombre muestra el tatuaje en su antebrazo que representa a una serpiente enroscada.

- Me lo hizo un tipo en Barcelona, le conté que venía aquí y me pareció apropiado. Ni idea de lo que significa… pero es bonito, ¿no?

Serenvaio asiente con una escéptica sonrisa. Se dirige al grupo:

- Pasen dentro todos, si son tan amables.

Los turistas entran, excitados por la proximidad de la ceremonia. Cuando Antonio Méndez se dispones a seguirlos, Serenvaio se interpone a la puerta. y le mira a los ojos con semblante serio y una determinación que le otorga un aspecto poderoso.

- Este es un lugar sagrado. Aquí vienen a sanar, a cerrar heridas, a aprender a perdonar y perdonarse. Lo que ha venido a buscar, señor... Méndez... ni está aquí, ni puedo dárselo.

Antonio Méndez parece sorprendido un instante, pero enseguida esboza una sonrisa satisfecha.

- ¿No puedo entrar? - inquiere.

- Le pido disculpas por las molestias. - responde Serenvaio- Le llevarán de vuelta y podrá reunirse esta misma noche con su mujer. Aprovechen para visitar juntos otras cosas.

Antonio asiente., aunque su rostro amable se torna en una expresión de profundo desprecio.

- Viejo chalado... tienes razón. No tengo por qué entrar en tu apestoso espectáculo para turistas.

El turista da la espalda al anciano y se encamina al embarcadero. A medio camino, se da la vuelta y mira a Serenvaio que sigue en pie frente a la puerta.

- ¡Buena pinta, anciano! Buena pinta.

Antonio se despide con un gesto y se sube a la piragua. El guía arranca el motor, mientras su compañero se impulsa con la pértiga y se aleja por el río.

****​

En el interior de la maloca, los turistas se distribuyen en el edificio de madera de planta rectangular; las mujeres a un lado y los hombres al otro. Se afanan en colgar sus hamacas en los puestos asignados . Al terminar, alguno echa un vistazo a la selva a través del muro abierto de las paredes, de apenas un metro de altura.

Ahora la vegetación es una ola sombría repleta de los primeros sonidos nocturnos de pájaros y zumbidos de insectos. Uno de los tres ayudantes del sanador, asiste a un invitado japonés para asegurar su hamaca a uno de las muchos postes de madera que hacen las veces de columnas. Algunos de los visitantes bromean al subirse de forma torpe a la suya, por falta de costumbre. Las risas cesan enseguida al tomar conciencia del lugar sagrado en el que se encuentran. Desde una pequeña habitación cerrada, en un rincón de la sala, se escucha un leve pero poderoso cántico, mientras dos asistentes proceden a realizar un sahumerio con un brasero de mano y un chacapa, un abanico de hojas secas. El humo esparcido llena la estancia de aromas de incienso y palosanto y contagia un respetuoso silencio entre los asistentes a la ceremonia.

Serenvaio sale del cuartito. Además de la corona de plumas y el collar de dientes de jaguar, lleva un blanco traje ceremonial de coloridos bordados. Sirve un cuenco con un brebaje oscuro y espeso y se lo entrega a sus ayudantes.

Uno a uno, los turistas reciben el cuenco y en pie, beben su contenido. Agradecen con un gesto el presente y regresan a sus respectivas hamacas. La oscuridad en el exterior es total y las únicas luces provienen del brasero en el centro de la sala y las velas que delimitan el pasillo central. Serenvaio bebe del cuenco y es el último en acostarse .

****​


La piragua recorre las oscuras aguas ayudándose de un pequeño foco a proa. Mientras allí uno de los GUÍAS escruta el río en busca de cualquier obstáculo, el otro, en popa, maneja el timón.

Antonio Méndez emite un sonoro silbido. Se escucha el chapoteo familiar de los caimanes al lanzarse al agua. El guía en la proa, se vuelve extrañado ante el comportamiento del viajero. Lo encuentra en pie, frente a él.

- No es nada personal.- le dice Antonio .

El turista da un empujón al guía y el hombre cae, antes de poder siquiera gritar,

Los caimanes se disputan la presa. El otro guía, suelta el timón y se pone en pie, horrorizado. Antonio se hace con la pértiga y lo desequilibra para arrojarlo por la borda. Luego, con suma calma, se hace con el timón.

En la oscuridad, resuenan los gritos de terror mientras se aleja la piragua. Los alaridos duran solo un breve instante; hasta que las mandíbulas de un caimán atrapan al desgraciado y tiran de él hacia el fondo

Antonio guía la piragua hasta la orilla.. Desciende de la barca y camina a oscuras, entre el difuso sendero entre ceibas y caobas, envuelto en una cacofonía de sonidos nocturnos del lugar. Encuentra un suelo rocoso, limpio de vegetación. Se sienta cruzando las piernas y abre su mochila. De ella saca una simple vela, que planta en el suelo y la enciende. Bajo la titilante luz de la diminuta llama, se hace con una cantimplora metálica.

El hombre bebe un largo trago y tuerce el gesto al sentir el sabor denso y arenoso del brebaje.

*****​

En la maloca de Serenvaio, el grupo de turistas reposa en silencio . El curandero chasca la lengua e inicia un cántico ancestral. Las llamas de las velas parecen danzar al son de la música y su resplandor se intensifica por un instante.

El icaro acompaña el trance de todos los presentes, que parecen disfrutar de la experiencia. Una mujer contempla con curiosidad sus propias manos. Las mueve ante sus ojos, fascinada. Al cántico se suma otra voz, más aguda. A un ritmo frenético, las ininteligibles palabras planean sobre los presentes. Es otro tipo de cántico, penetrante y maligno.

Serenvaio abre los ojos, alerta., cuando, de pronto, una gallina irrumpe por la puerta, cacareando de forma estruendosa. Serenvaio se incorpora, sorprendido por la inesperada intrusa. El sonido de alguien al vomitar de forma violenta llama su atención. El turista japonés, en trance, cae de la hamaca sobre sus propios vómitos, incapaz de ponerse en pie. Casi de inmediato, al otro lado de la maloca, una mujer convulsiona, mientras que otra turista acierta a ponerse de lado para arrojar en un estertor un líquido negro.

Uno de los asistentes trata de acercarse al turista japonés, pero cae de rodillas, sin fuerza para levantarse. Los otros dos ayudantes siguen inmóviles, con apariencia momificada, incapaces de despertar. Serenvaio se levanta y él mismo arroja a la gallina por encima del muro que hace las veces de pared. A su alrededor, todos los presentes se remueven inquietos, vomitando o cayendo al suelo. Un hombre grita aterrorizado y una mujer se une a su desesperación.

Serenvaio chasquea con fuerza la lengua tres veces. Se hace el silencio en la sala. Ni siquiera se escuchan los sonidos de la selva. Serenvaio inicia un nuevo ícaro. Su cántico, suave y tranquilo, parece proyectarse desde todos los rincones de su maloca. El poderoso anciano se sienta en el centro de la sala y se concentra en su voz. Salida de la nada, una fina red de hilos dorados comienza a tejerse sobre la cabeza de Serenvaio. A medida que el curandero canta, se extiende suspendida en el aire y envuelve, en forma de cúpula, a todos los participantes de la ceremonia, que comienzan a calmarse.

****​


Antonio,, sentado con las piernas cruzadas, entona con los ojos cerrados su icaro agudo y chirriante. La llama de la vela tan pronto parece extinguirse, como crece de forma desproporcionada. Cuando finaliza su cántico y exhala profundamente. Todo alrededor se desvanece, oculto en brumas. Cuando estás se disipan, frente a él, arde una hoguera y al otro lado, en idéntica postura que el brujo, se encuentra el maestro Serenvaio. A su alrededor reina la oscuridad más absoluta.

Se sostienen la mirada, desafiantes. Ambos entonan icaros y silbidos. El brujo y el curandero mantienen su duelo de poder un instante hasta que las facciones de Serenvaio, se vuelven difusas. La arrugada piel se pixela y oscurece y sus ojos se tornan en los de un felino. Se escucha el rugido de un jaguar. El curandero muestra a Antonio sus colmillos.

- ¿Quién eres?- ruge el curandero.

- Esa es una pregunta equivocada- responde su adversario- la pregunta correcta es ¿Quiénes somos?

El rostro de Serenvaio muestra desconcierto por un instante, hasta que su sabiduría da con la respuesta.

- Runa Puma.

Serenvaio se concentra. Unos ojos verdes de felino acechan la espalda de Runa Puma. El brujo se da cuenta de que unas gruesas raíces comienzan a rodearle las piernas. Runa Puma escupe al fuego y este, obedece una mágica orden y lame las raíces, haciéndolas retroceder.

Serenvaio descubre que Runa Puma tiene los peligrosos y amarillos ojos de una serpiente. Extiende su mano hacia su enemigo y se transforma en una zarpa de jaguar

- ¡Ahora! - grita el curandero.

Desde la oscuridad se escucha un feroz rugido y un enorme jaguar negro se abalanza a la carrera hacia Runa Puma. El brujo silba y al hacerlo, surge de su boca una lengua bífida. Una gigantesca anaconda cae sobre Serenvaio a la vez que la garra de jaguar rasga el aire y hiere a Runa Puma en el hombro. El rostro del felino aparece frente al brujo dispuesto a devorarlo. Frena en seco a escasos centímetros y se disipa.

La anaconda gigante tiene la cabeza del curandero en su boca, mientras los anillos rodean su cuerpo. La poderosa serpiente hace crujir todos los huesos de Serenvaio.

****
En el corazón del Amazonas, en la maloca, Serenvaio permanece sentado en el suelo, sudoroso e inmóvil, en el centro de la sala. Uno de los asistentes socorre al turista japonés para devolverlo a su hamaca. Cuando se dispone a regresar a su puesto se asusta al ver al curandero con los ojos en blanco.

El cuerpo de Serenvaio cruje y las costillas se rompen hacia adentro, apresadas por los poderosos anillos invisibles de la anaconda gigante. Un hilo de sangre se derrama desde la nariz. El Ayudante grita de terror, mientras la mágica red dorada suspendida en el aire, se rasga y se deshace en llamas.

Todos los presentes gritan y convulsionan en medio de un trance terrible. El asistente fracasa en el intento de despertar a sus compañeros mientras un ícaro agudo y penetrante le obliga a taparse los oídos. En la entrada de la maloca, descubre una sombra aproximarse. Cae de rodillas, exhausto.

Runa Puma, envuelto en un aura neblinosa, camina tranquilo hacia el despojo roto de Serenvaio. De camino, encuentra una botella y el cuenco con el ancestral remedio. Con el pie, derrama su contenido y avanza hacia Serenvaio. Se arrodilla frente a su rival y le sujeta por los hombros.

Serenvaio, aún con vida, observa la mirada fría y peligrosa de serpiente del brujo. Runa Puma le arranca, con la boca, el collar de dientes de jaguar y aspira profundamente. Devora el último hálito de poder del curandero antes de que fallezca. Deja caer los restos de su rival, como un cascarón vacío. El Ayudante ve como el brujo se levanta y abandona la maloca. A su paso hacia la salida, las velas se apagan una por una.
 
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¡Nunca dejes de escribir, Zoy! Me alegra verte por aquí... ¡y más me alegraría verte por el juego! Un abrazo fuerte de tu antigua compi de Cervanteso.
 
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zoyghoul

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CAP. 2: UNUY

A simple vista, Unuy parece una más entre aquellos que aprovechan la noche para perderse en las sendas serpenteantes del Parque del Retiro, ese vasto vergel en el corazón palpitante de Madrid. Lleva consigo una bolsa de tela sujeta firmemente al cuerpo, evitando así rebotes indeseados. En su brazo derecho, el fulgor de una funda de iPhone contrasta con la oscuridad circundante, mientras unos auriculares inalámbricos le permiten escuchar música… y ahí está la gran e invisible diferencia, porque en lugar de escuchar los últimos temas de moda o machaconas canciones de entrenamiento, Unuy se sumerge en un delirante Ícaro amazónico que retumba en sus oídos.

Unuy pasa junto a una farola que sostiene, además de las habituales demandas de empleo, un cartel reciente, en el que la foto de una joven y la palabra "DESAPARECIDA" parecen gritar en silencio. Unuy pasa a buen ritmo bajo la imponente sombra de la estatua de Alfonso XII y toma una senda lejos de los recorridos habituales.

***​

La música en los oídos de Unuy se acelera, y ella también lo hace, moviéndose con la gracia y fluidez de una serpiente que se desliza entre las hierbas. Sus pasos la llevan hasta uno de los rincones más oscuros y solitarios del parque, no muy lejos de la Fuente del Ángel Caído, donde furtivos grafitis salpican una especie de grada de cemento, como cicatrices en la piel de la ciudad. Algunos son simples firmas o dibujos más elaborados, mientras que otros tienen la apariencia de símbolos arcanos.

La joven se detiene frente a uno de ellos y extrae su móvil. Toma una foto y, tras detener la música, la introduce en un buscador. La pantalla revela que el graffiti se asemeja a uno de los nombres prohibidos del Diablo, Yaldabaoth, el Rey Demonio.

Guardando su móvil, echa un vistazo a su alrededor y, bajo la penumbra de una farola apagada con la pantalla rota, divisa a un hombre sentado en un banco. Su corpulencia es inmensa, incluso encorvado como está. A lo lejos, una anciana se aproxima, paseando a un pequeño perro. Dos corredores trotan junto a ella, deteniéndose junto a la valla de madera que delimita la ruta realizando estiramientos.

La actitud furtiva del enorme desconocido hace que la joven se pregunte si ha dado en el blanco. Hace ya una semana que Begoña Navarro, estudiante de la Complutense fue secuestrada y si David está en lo cierto, el secuestrador va a volver a actuar. Si ese tipo ha tenido que ver algo, hay demasiado público para que se delate.

Por un momento, Unuy teme que el hombre haya detectado su interés en él. Le ve ponerse pie y alejarse hacia una arboleda.

De su bolsa, Unuy saca un bidón de plástico y bebe un trago. Su gesto delata que el contenido es amargo y denso, muy distinto al agua que podría haberse esperado. La joven sigue sus pasos con discreción, moviéndose entre los árboles como un felino en la sombra. A cierta distancia, ve al desconocido sentado en el suelo, apoyando su espalda en el tronco de un árbol.

A ojos de Unuy, la vegetación parece moverse con un vaivén difuso. La figura del hombre está envuelta en un halo azul oscuro, y una sustancia viscosa, similar al alquitrán, recorre su cuerpo como si fueran parásitos. Acostumbrada a ver el mundo invisible, la joven está muy lejos de sentir el mínimo atisbo de miedo. Las visiones, bien manejadas, resultan una útil fuente de información.

Un sollozo lastimero escapa del hombre, y Unuy se desliza hacia otro árbol y se oculta. El hombre saca un revólver de su bolsillo y se lo lleva a la boca.

— ¿Hola? —dice Unuy, atrayendo la atención del hombre sin que este saque el arma de su boca—. ¿Podrías guardar eso? Da muy mal rollo, ¿vale? Seguro que tendrás un montón de motivos y yo no puedo ni imaginar cómo te sientes, pero ¿puedes esperar unos segundos? Por favor...

El hombre retira el arma y apunta a Unuy, que alza las manos en señal de rendición.

- Voy a hacerlo.

— Y yo voy a tener un montón de pesadillas si lo haces —responde Unuy, con calma.

— Vete

Unuy baja los brazos lentamente.

— Lo haré, lo prometo. Pero mira, resulta que sé perfectamente a dónde vas a ir si te quitas de en medio y, créeme, es una mierda.

— No creo en esas chorradas —responde el hombre con desdén.

— ¿Puedo acercarme? Me llamo Unuy. ¿Y tú? —pregunta, dando un paso hacia él.

El hombre baja el arma, y Unuy se acerca con cautela.

— Javier —susurra el hombre.

Unuy esboza una sonrisa y busca en su mochila. Saca una piedra de cuarzo rosa y se la entrega a Javier.

— Bien, Javier. Sujétame esto —dice Unuy mientras sigue buscando en su mochila. Extrae una larga pluma de buitre y la sostiene en su mano.- Ponte en pie, un momento… y quítate la chaqueta.

Javier toma el cuarzo rosa y lo observa con curiosidad.

- Vamos- apremia Unuy- No tengo toda la noche.

A regañadientes, Javier obedece.

- Ahora cierra los ojos.

-¿Qué?- responde Javier, desconcertado.

Unuy le sopla de improviso un polvo rojizo directamente a la cara y Javier cae desplomado al suelo. La joven amortigua como puede la caída y lo acomoda a los pies de un árbol.

Unuy se asegura de que Javier sujeta en su mano derecha el cuarzo rosa. Con firmeza, sostiene la pluma de buitre y observa cómo los parásitos alquitranados recorren el cuerpo del hombre.

— Vale... empecemos —dijo Unuy con determinación.

****

— Mirad a la curandera —se burló uno de los chicos.

— Unuy, la llorona. No es Shuar —dijo el otro con desprecio.

Unuy, con 12 años, vestida según la tradición shuar y con marcas de su tribu en la cara, llora rodeada por dos chicos que empuñan palos a modo de lanzas improvisadas. La hostigan con crueldad a las afueras del poblado.

Unuy levantó la mirada, furiosa. Sorprendió al segundo niño y le arrebató la lanza. En un rápido movimiento, hizo un barrido con ella y logró derribar al insolente.

— Soy más Shuar que los collares de tu abuela —replicó Unuy con fiereza.

El primer niño apartó la lanza de Unuy con la suya yaprovechó su corpulencia para empujar a la chica, que cayó al suelo. El segundo niño, herido en su amor propio, recuperó su palo y lo levantó para golpear a Unuy.

— Te vas a enterar, niña rara —amenazó.

Un silbido entre los árboles llamó la atención del grupo. Se repitió con la musicalidad de un siseo de serpiente. Serenvaio, un anciano de 67 años, surgió de la espesura de la selva cargado con su lanza y un saco de hierbas medicinales. El anciano se acercó a los jóvenes.

— ¿Qué está pasando aquí? —preguntó Serenvaio con autoridad.

El curandero vio a Unuy en el suelo, secándose las lágrimas.

— Estábamos jugando —respondió uno de los niños, intentando disimular.

— Debe ser un juego muy triste, si el juego hace llorar a Unuy —replicó Serenvaio.

— No sabe jugar. Es débil.

— Pues, si mis viejos ojos no me han engañado, a mí me parece que solo una Shuar puede arrebatar la lanza a un guerrero más grande y derribarlo — sentencia Serenvaio.

El primer niño rió, mientras que el segundo, avergonzado, no supo qué decir. Ambos dieron media vuelta y se marcharon en dirección al poblado, dejando solos a Serenvaio y Unuy.

Serenvaio ofreció el extremo de su lanza a Unuy y la niña se ayudó de ella para levantarse.

— Gracias, taita

— ¿Más Shuar que los collares de tu abuela? —bromeó Serenvaio.

Ambos rieron. Serenvaio se dio media vuelta y, dándole la espalda a Unuy, fingió que la carga de hierbas estaba a punto de caerse debido al peso.

— ¿Ayudo? —preguntó Unuy

Serenvaio sonrió.

— Claro —respondió.

Ambos llevaron las plantas hasta un cuartito cerrado en un rincón de la maloca, donde Serenvaio tenía su santuario para la medicina y su oficio de curandero. Unuy observaba con curiosidad las plantas y preguntó:

— ¿Para qué tantas plantas?

Serenvaio vació la carga sobre una mesa, rodeada de amuletos y huesos que decoraban la pared. Tomó un pedazo de liana y lo examinó. Lo dejó sobre un pequeño altar compuesto de velas y herramientas de curandero.

— Las plantas son nuestras maestras, Unuy —explicó Serenvaio con dulzura—. Ellas nos enseñan a escuchar y comprender. Nos conectan con la sabiduría de nuestros ancestros.

Serenvaio se volvió hacia Unuy y observó satisfecho cómo la niña examinaba las plantas con curiosidad.

— ¿Por qué me acosan los otros? ¿Por qué no puedo ser como los demás? —preguntó Unuy con cierta tristeza.

— Por lo mismo que un jaguar no puede ser un manatí —respondió Serenvaio—. Se meten contigo porque te temen. Tienes muchos dones, Unuy. Como antes los tuvo tu madre y antes que ella, tu abuela. Los demás no comprenden eso.

Unuy y Serenvaio salieron del cuartito y se sentaron en el suelo de la gran sala, en una zona aún iluminada por la luz del sol.

— Mi madre nunca habla de eso —comentó Unuy.

Serenvaio asintió con comprensión.

— ¿Sigues teniendo esos sueños? —preguntó Serenvaio.

— Sí. A veces tengo miedo de perderme. De no poder regresar. Hay cosas malas allí —confesó Unuy.

— Lo que hay son cosas que aún no entiendes —aseguró Serenvaio.

Con un juego de manos, Serenvaio apretó una mano sobre el puño de la otra y susurróunas palabras extrañas. Captó toda la atención de Unuy. Al abrir el puño, mostró un pequeño cuarzo rosa a la niña.

— Toma —dijo Serenvaio, entregándole la piedra—. La próxima vez, sujeta esto fuerte en tu mano antes de dormirte.

Unuy aceptó el cuarzo rosa con curiosidad.

— ¿Es una piedra mágica? —preguntó.

Serenvaio sonrió con sabiduría.

— Te enseñaré cómo funciona. Cierra los ojos —ordenó.

Unuy cierra los ojos.

— Concéntrate en tu respiración —susurró Serenvaio—. Siente cómo el aire entra y sale de tus pulmones. Ahora, imagina que tus preocupaciones son hojas flotando en un río. Observa cómo se alejan y desaparecen en la distancia.

Unuy respiró profundamente, concentrándose en el cuarzo que sostenía en su mano.

— Imagina que eres un árbol fuerte y sólido, con raíces profundas en la tierra —continuó Serenvaio, siempre en susurros—. ¿Notas el calor en tu mano? ¿Sientes cómo la piedra te conecta con ellas y cómo te nutre?

Unuy abrió los ojos y admiró el pequeño cuarzo, sorprendida. Miró a Serenvaio, agradecida, y el curandero le regaló una amplia sonrisa.

******

Javier se encuentra dormido, con el cuarzo rosa entre sus manos. Su cabeza, descansa sobre la chaqueta doblada, Libre de parásitos, la apacible apariencia de su rostro refleja estar sumido en un reparador sueño.

Mientras tanto, Unuy se hace con el revólver, vacía las balas del tambor y guarda el arma en su mochila. Cuando se la carga a la espalda un alarido la detiene en seco. Un grito desgarrador de mujer pidiendo auxilio.

Unuy corre hacia el parque, agotada por la carrera al salir de la arboleda. Se detiene a escuchar, pero los gritos han cesado, tan solo escucha los sonidos nocturnos habituales del parque.

- Mierda- piensa Unuy al verse sola en mitad del parque.

****​

Unuy abre la vieja puerta de hierro y accede a su edificio. Sube las viejas escaleras de su bloque, sin ascensor, en dirección a su apartamento, en el tercer piso. Desde el entresuelo, escucha los gritos de su vecino.

- ¡Qué te calles! ¡Cállate o te reviento! ¿Me oyes?

Unuy se detiene un instante, preocupada, y corre hacia el segundo piso.

- ¡Ven aquí o te aplasto la cabeza! ¡He dicho que vengas! - exclama el vecino con voz ebria!

Unuy corre hacia el segundo piso. Cuando llega frente a la puerta escucha el ruido de algo frágil al romperse. La joven toma aire y llama al timbre, decidida.

Los golpes cesan y la espera viene acompañada de un tenso silencio. Se abre la puerta y asoma un hombre de aspecto desaliñado, vestido con un pijama sucio y borracho como una cuba. Tiene un rasguño reciente en el cuello.

- ¿Y tú quién eres? - inquiere el vecino

-Hola, soy Unuy, la vecina de arriba ¿Va todo bien? He escuchado gritos.

- ¿Tiene algo pinta de ir bien? – pregunta el hombre- Mira lo que me ha hecho esa maldita zorra. Voy a matarla.

Se escucha un maullido. El Vecino Borracho se vuelve, furioso. La gata observa a su dueño, sentada en el pasillo.

- ¡Ahí estás! ¡Ven aquí, maldita gata!

Cuando el hombre se abalanza sobre la gata, pierde el equilibrio de forma cómica y cae al suelo de bruces de forma aparatosa. El gato huye.

Unuy entra en el piso y se inclina sobre su vecino.

- ¿Está usted bien?- se interesa la joven.

- ¿Es la noche de las preguntas estúpidas? ¡Pues claro que no estoy bien! ¡Déjame en paz, joder!

El hombre se pone en pie y Unuy retrocede hasta la puerta.

- Si puedo ayudarle en…

Como toda respuesta, Unuy recibe un sonoro portazo. Desconcertada, sube a su apartamento, en el piso de arriba. Tras subir los últimos peldaños, llega frente al felpudo que reza “Deja los problemas fuera”. Saca las llaves de su apartamento y cuando abre la puerta escucha un maullido a sus espaldas.

- ¿Qué haces tú aquí?- pregunta al ver a la gata de su vecino.

La gata se cuela entre las piernas de Unuy y entra en su apartamento.

- La noche de las preguntas estúpidas- se dice a sí misma, sonriendo.

UNUY entra en su salón-cocina; un acogedor espacio repleto de plantas cubriendo los rincones. Su oasis personal. Podría parecer un simple jardín de interior, pero es algo más; Bobinsana, Yawar Panga, Mapacho y las hermosas flores del arbusto Brugmansia, que los Shuar conocen como Toe.

La joven descubre a la gata sobre la encimera, al lado de la vitrocerámica. Se aproxima al felino.

- ¿Tienes hambre? Veamos que tenemos por aquí.

Unuy abre el armario de la despensa, sobre la pequeña y funcional nevera y se hace con una lata de atún natural. La desmiga en un cuenco y se lo ofrece a la gata, que lo olisquea sin demasiado interés. Unuy sirve agua en otro cuenco y se lo acerca.

- No esperaba invitados, esta noche. Así que hoy, vas a tener que conformarte.
 
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CAP.3 : DAVID

Al despertar, Unuy descubre a la gata sobre la cama, observándola con curiosidad. La tibia luz del amanecer se cuela a través de las persianas entornadas de su pequeño balcón resaltando los vívidos colores de su manta artesanal.

- Buenos días- murmura Unuy, estirándose con gracia antes de levantarse de la cama.

Enciende las velas del pequeño altar que reposa sobre una mesita, cubierta con un pañuelo de hilo, a los pies de la cama, usando cerillas de madera. El altar está lleno de piedras semipreciosas, incienso, plumas y una foto de su maestro Serenvaio, tomada en el poblado Shuar. Colgado en la pared, su tambor ceremonial.

La joven conecta el último modelo de Apple en un rincón, sobre una pequeña mesa de trabajo.

-¿Te gusta la música?- pregunta a la gata antes de poner en marcha su playlist.

A través de un moderno equipo de diminutos altavoces 7.1, un tema moderno y animado llena el espacio.

Mientras la música resuena desde el dormitorio, Unuy baila frente a un gran espejo mientras elige qué ponerse. Al principio, se pasa de la raya de informal, con un look casi para ir a un concierto de rock. Descarta la primera opción y se pasa de formal, con chaqueta blazer y pantalones de traje. Finalmente, escoge un look más cómodo, con tejanos y blusa de botones de colores claros. La canción termina justo en este momento, como si fuera una señal de que Unuy ha encontrado el equilibrio perfecto.

Lista para ir a trabajar, Unuy encuentra a la gata en el salón-cocina, saltando desde el sofá a la encimera.

- Hasta que vuelva, tú eres la 'piatsinua', la guerrera de esta casa,- le dice con solemnidad. - Explora todo lo que quieras, pero te lo advierto... ni se te ocurra comerte ninguna de estas plantas. Lo digo por tu bien."

****

Unuy se acerca al edificio principal atravesando la amplia zona verde, repleta de estudiantes que llegan dispuestos a afrontar las primeras clases. Otros, aprovechando el sol que se impone en un cielo despejado, haraganean sentados sobre el césped del campus, estudiando o escuchando música. Un cartel reza “UNIVERSIDAD COMPLUTENSE”.

Al llegar a la entrada, Unuy se encuentra con el veterano vigilante de seguridad que controla el acceso a las instalaciones del edificio. Vigila el paso de estudiantes y profesores a través de un arco de detección de metales. Cuando Unuy se dispone a entrar suena un chirriante pitido. Unuy vuelve a pasar por el arco con idéntico resultado
.
El Vigilante y los estudiantes allí presentes observan a Unuy desconcertados. La joven abre su bolsa y, al ver el revólver, la cierra de inmediato. Descubre la mirada intrigada del empleado de seguridad."

-Son las muestras de minerales que pidieron del Departamento de Geología... bueno, eso y el fusil de asalto que llevo siempre conmigo,- explica Unuy con una sonrisa traviesa.

El vigilante se echa a reír y le hace pasar con un gesto.

Mientras sube las amplias escaleras, Unuy echa la vista atrás y el vigilante le hace un gesto apuntándola con el dedo, como si fuera una pistola.

Cuando Unuy entra en el aula, encuentra a una veintena de estudiantes causando el caos. Al ver a la joven profesora, el jaleo disminuye hasta convertirse en los últimos murmullos que cierran las conversaciones. Héctor, un joven de veinte años, sigue sentado sobre la mesa, con los pies en la silla, riendo de forma estruendosa.

- Héctor, si no comes la sopa usando un cuchillo, no uses la mesa como silla y la silla como felpudo," -le dice Unuy con firmeza.

Héctor gira sobre la mesa y se encara a Unuy.

- Bueno, en tu tribu os sentabais en el suelo, ¿no?- responde Héctor con descaro, provocando murmullos y alguna risa cómplice entre sus compañeros de clase.

- En mi poblado usamos las sillas para lo que fueron creadas. Y cuando no las usamos, nos sentamos en la tierra, que no es lo mismo que el suelo. Nos sentamos en contacto con la que nos lo da todo. Y ahora, te pido por favor que te sientes de forma adecuada,- responde Unuy con elegancia.

- La pachamama, ¿no? Mamá Tierra,- se burla Héctor con una socarrona sonrisa.

Unuy adopta una posición corporal erguida, solemne. Su presencia y mirada penetrante se clavan en el alumno.

-¡Obedece!- ordena Unuy. Su voz está compuesta de muchas otras. Las voces de sus poderosas ancestras.

La sonrisa se borra del rostro de Héctor. El resto de la clase parece no haber oído nada raro en la voz de Unuy. Se sorprenden de la docilidad de Héctor, que obedece de inmediato, impresionado.

- Bueno, pues ahora que todos estamos donde nos corresponde, vamos a empezar...- concluye Unuy.

****​

Carlos de la Torre, cuarentón enfundado en su carísimo traje, detiene su lujoso coche junto a la ventanilla de un servicio de comida rápida. La joven trabajadora le tiende varias bolsas de papel repletas de hamburguesas.

—¡Vaya festín, amigo! ¿Es para un cumpleaños? —pregunta ella.

—Ni imaginas el hambre que tienen —responde Carlos, pasando su dorada tarjeta de crédito por el datáfono.

—¿Gorra o toalla? —inquiere la trabajadora.

—¿Qué?

—Por su pedido puede elegir entre una gorra o una toalla de playa.

—Gorra —decide Carlos.

La empleada le ofrece una gorra de béisbol. Carlos sonríe seductor, sube la ventanilla de su lujoso coche, se coloca la gorra y se aleja del establecimiento.

***​

El coche de Carlos se detiene frente a la garita que controla los aparcamientos de Laboratorios Aeon. La barrera se alza y el vehículo avanza hasta llegar a un imponente edificio acristalado. En la azotea, el logotipo de la empresa —una serpiente enroscada en una esfera— y el nombre "Laboratorios Aeon" escrito en grandes letras. Carlos estaciona justo enfrente, en el espacio reservado al presidente de la compañía.

Carlos entra en el vestíbulo de Laboratorios Aeon con la gorra de béisbol puesta, contrastando con su elegante traje y llevando la gran bolsa de papel repleta de hamburguesas. Saluda con un gesto a las recepcionistas y se dirige al ascensor con paso decidido.

Un farmacéutico bajito, vestido con una impoluta bata blanca, intercepta a Carlos frente al ascensor.

—Señor De la Torre, ¿tiene un minuto? —pregunta el farmacéutico, mostrándole un documento.

—Hemos estado ensayando la nueva fórmula —continúa.

—¿Y? —inquiere Carlos.

—Pues que es muy inestable. Precisaría de varios estudios para que Sanidad diera el visto bueno al compuesto.

—De Sanidad me encargo yo. Usted limítese a seguir las instrucciones del jefe del laboratorio —le ordena Carlos.

—Si tuviéramos tiempo para...

—¿Lo tiene? ¿Tiene usted tiempo? ¿Puede darme tiempo? ¿Puede inventar tiempo para mí? —le interrumpe Carlos, colocándole la gorra de béisbol al farmacéutico—. El tiempo es lo único que jamás podrá devolverme.

Desconcertado, el farmacéutico se queda paralizado con la gorra puesta mientras Carlos sube al ascensor y le lanza una última advertencia antes de que las puertas se cierren:

—Haga su trabajo, mientras quiera el trabajo. ¿Entendido?

Carlos usa su tarjeta para activar el ascensor, y su rostro aparece en una pantalla. Luego utiliza una llave de seguridad en la cerradura, junto al botón del sótano —el único piso que precisa una llave adicional. El ascensor desciende.

Al abrirse las puertas del ascensor, Carlos sale con la gran bolsa de papel de comida rápida en sus manos. Se encuentra en un pasillo pequeño, bien iluminado y aséptico, con dos puertas metálicas cerradas. Cada una de las puertas tiene una mirilla y una pequeña compuerta en su base que solo puede abrirse desde el pasillo. Cuando se acerca, alguien golpea con fuerza las puertas.

- ¿Quién está ahí?- se oye desde detrás de la primera celda.

- ¡Por favor, ayuda! - suplica otra voz femenina desde la segunda.

Carlos abre la trampilla inferior de la celda. Saca tres hamburguesas envueltas y las desliza al interior de la celda.

- ¿Qué es esto? No quiero una puta hamburguesa ¡Quiero salir de aquí! - exige una de las prisioneras.-¡Sácanos de aquí!

Carlos hace rodar un botellín de agua por la trampilla.

- ¿Quién eres? ¿Por qué nos hacéis esto?- solloza la otra voz .

El hombre repite la operación en la segunda celda. Cuándo se dispone a hacer rodar la botella de agua, una mano femenina le agarra la suya.

- Por favor. Mi padre puede pagar. Puede pagar todo lo que le pida.

Carlos coge, con la otra mano, un dedo de la prisionera con fuerza.

- Por mí, tu padre puede irse al infierno.

Carlos rompe el dedo de la cautiva en un ángulo imposible. La joven aúlla de dolor.

****​

UNUY camina por el largo pasillo flanqueado por puertas que dan acceso a las distintas aulas. En sentido contrario, cargado de libros, se aproxima Marcos, el Profesor de Historia.

- Buenos días, Unuy ¿Qué tal las clases?

- Bien. Creo que me estoy haciendo con el grupo ¿Y las tuyas? - responde Unuy

-Son unos auténticos cabrones.- sentencia Marcos- Solo les importa su instagram, pero como dijo Vegio Renato “Si vis pacem para bellum” cuya traducción libre es “Os voy a calzar un examen que os vais a cagar” a ver si les quedan ganas de bailecitos en Tik Tok.

-Estoy buscando a David ¿Lo has visto?- pregunta Unuy.

-Sí, creo que iba arriba: a la sala de profesores.

Unuy se dispone a subir las escaleras.

- Oye, recuerda que en una hora tenemos lo de la concentración... por lo de las chicas- recuerda Marcos.

- Sí, claro. Allí nos vemos- responde Unuy.

Cuando alcanza la tercera planta, la joven encuentra a David, arrodillado en el suelo, trazando cuidadosamente una línea sinuosa con una tiza. El profesor consulta su brújula, atada con cadena a un bolsillo de su chaleco, y examina meticulosamente la disposición del mobiliario del pasillo: las taquillas, la fuente de agua, las puertas de las clases a uno y otro lado del pasillo. Traza un giro y continúa dibujando la línea. Se sumerge en complicados cálculos, con la mirada perdida.

-¿Qué estás haciendo?- se interesa Unuy.

David se da cuenta de la presencia de su amiga y se pone en pie. Casi dos metros de desgarbada delgadez.

-¡Ah, Unuy!- exclama mientras da unas zancadas hasta las taquillas y regresa sobre sus pasos.

- Estoy marcando la ruta más segura para llegar a la sala de profesores.

-¿Qué estás diciendo? - pregunta Unuy- Supongo que el recorrido más corto entre dos puntos es, ha sido y será siempre la línea recta.

- ¿Alguna vez has intentado llegar a la sala de profesores cuando suena el timbre de final de las clases? Es una locura, una avalancha de alumnos que huyen en estampida.

- Bueno, es normal ¿No? Es algo inevitable.

David niega con un gesto burlón.

-Nah, nah, nah. Pues claro que es evitable. - sostiene David- Solo hay que tener los datos suficientes para hacerlo.

- David, con ir con un poco de cuidado es suficiente. - dice Unuy con calma.

- O... - enuncia el profesor aguardando que su colega llegue por si misma a una conclusión.

- ¿O...? - responde la joven encogiéndose de hombros.

- O también puedes calcular el flujo de personas según qué profesor les ha tocado. Qué clases acaban primero y en cuales la docencia entretiene a la turba asignándoles tareas de última hora. El número de personas que acostumbran ir al baño o a las taquillas, a beber agua en aquella fuente de allí e incluso variables como el amor, donde los implicados corren el uno hacia la clase del otro para reencontrarse.

-Eso es una locura.

- No, Unuy. Son patrones. Si dispones de la suficiente información...

- ¡Corta el rollo! Tengo cosas que contarte. - apremia Unuy.

David pide silencio con un gesto. Con la mirada señala una cámara de seguridad en el pasillo.

- David, no creo que la Universidad esté interesada en espiarnos.

David insiste en que guarde silencio con un gesto impaciente, mal disimulado. Unuy se resigna.

- Vale ¿Podemos ir a la sala de profesores, o prefieres construir un refugio insonorizado para poder hablar?

De pronto, suena el timbre de final de las clases. David coge del brazo a Unuy y la obliga a seguirle por la ruta marcada con tiza. Algunas puertas se abren y los alumnos salen en estampida. Se reparten hacia las taquillas, las escaleras, lavabos, fuentes de agua... en todas direcciones. Sin embargo, David y Unuy avanzan con paso firme por la ruta marcada con tiza sin colisionar con nadie. Justo pasan por delante, otra puerta se abre y sale el alumnado. Por poco, pero sin rozarles. David guía a Unuy de derecha a izquierda según sus cálculos. La ruta es perfecta y llegan a la sala de profesores sin incidentes.

David se vuelve a Unuy, alucinada, con una fanfarrona sonrisa de triunfo en el rostro... que se le borra de un plumazo cuando un balón de fútbol impacta en su cabeza.

****​

David se frota la dolorida cabeza, sentado en una de las sillas que rodean la larga mesa de juntas. Refelxiona sobre todo lo que le contado Unuy mientras ella bebe un sorbo de café, de su taza particular, con un mensaje positivo del tipo “Tú puedes con todo”.

- A ver si lo he entendido...así que fuiste, tú sola, al parque a atrapar al secuestrador... - dice David.

- ¡Tenías razón! ¡Fue como me dijiste! - le interrumpe Unuy- Iba a haber un segundo secuestro esa noche en el parque ¿Cómo narices pudiste saber eso?

David, resopla, hastiado por tener que dar explicaciones.

- En realidad no lo sabía, al menos no con seguridad. Los datos del primer incidente, cuando desapareció la primera chica...

- Begoña. Begoña Navarro. - recuerda Unuy

- Bueno, el nombre es irrelevante, pero las dos son alumnas de esta Universidad. Según la prensa, nadie ha pedido rescate alguno. Ha pasado una semana de la primera desaparición y nadie ha exigido nada, a cambio de ponerla en libertad ¿Cierto?

- Que nosotros sepamos. A veces, estas cosas, se llevan con discreción. - señala la joven.

- Cierto, pero si aceptamos que nadie quiere dinero, ya no es un secuestro. Es una desaparición.

- ¿Y qué cambia eso? Todo indica que no es una desaparición voluntaria.

- Lo cambia todo, Unuy ¡Todo! ¿Qué ocurre cuando hay desapariciones de personas en zonas concretas? ¿El triángulo de las Bermudas? ¿Funny River, en Alaska? ¿El Mar de los Sargazos? ¿El lago Anjikuni? ¡Lugares donde la gente, desaparece sin dejar rastro! y nunca ocurre una sola vez.

- ¿Estas insinuando que el Parque del Retiro es nuestro Triángulo de las Bermudas?

- También podía tratarse de una abducción. Que una nave de otro planeta se la hubiera llevado para experimentar con ella. Pero la segunda desaparición, en la misma zona, hace que las probabilidades de que sea eso disminuyan.

- Bueno, al menos sabemos que no se las han llevado a Marte. - bromea Unuy

- No. Porque no les hace falta. Tienen bases aquí, en la Tierra.

Unuy observa con absoluta y sincera devoción a David. El profesor se siente incómodo ante la dulzura de la mirada de Unuy. El silencio se alarga unos segundos.

- Te creo. - dice Unuy con sinceridad, rompiendo la tensión.

- No. No me crees.

- Por supuesto que sí te creo. Me paso la vida viendo cosas que los demás no ven. La única diferencia es que, sin verlas, tú eres capaz de calcularlas. Y ¡Joder, hubo un segundo secuestro!

- Desaparición.

- Lo que quieras. Lucía Benítez. Estudiante de Periodismo... y yo estuve esa noche ahí. Podía haber hecho algo.

- Hiciste algo; salvaste la vida a ese hombre y adoptaste a una gata. - dice David- Además, lo más seguro es que no hubieras podido evitar que se la llevaran o incluso podía haberte pasado a ti.

- Esa era la idea. Yo iba preparada.

- ¿Cómo? ¿Con tus polvitos incapacitantes? ¿Y si hubiera sido una noche ventosa? ¿Y si se la llevaron entre varias personas?

- No se lo hubiera puesto fácil.

- Eso seguro. Los Shuar siempre habéis sido muy belicosos. Seguro que te habrías hecho un collar con sus cabezas.

- Hace mucho que no se practica el Tzantza. Se ve que reducir cabezas ya no está muy bien visto. - bromea la joven.

La puerta de la Sala de Profesores se abre y se asoma Laia, la profesora de Filología.

- Vamos a bajar para lo de la concentración ¿Venís?

***​

Unuy, David y Laia bajan las escaleras en dirección al campus. Al pasar por el detector de metales, suena un pitido insistente, para sorpresa de la profesora de Filología y de David. Unuy y el vigilante de seguridad intercambian una mirada cómplice.

El profesorado al completo, permanece en pie, en el centro de las escaleras que conducen al edificio. Los alumnos forman un semicírculo frente a la Universidad. La mayoría llevan velas y algunos grandes fotos con el rostro de sus compañeras desaparecidas.

El Director de la Universidad, un tipo al borde de la jubilación, de aspecto anticuado y cuyas gafas estilo quevedo dan un aire intelectual, se planta frente a un atril con un micrófono consulta sus notas y comienza su largo y aburrido discurso en favor de la libertad de las chicas desaparecidas.

David se inclina sobre Unuy y susurra:

- ...y luego está lo del símbolo de Yaldabaoth. El Rey Demonio es una figura de la mitología gnóstica. Un ser imperfecto y corrupto, que se cree que se autoproclama como el Dios verdadero y único, que engañó a la humanidad para que lo adore.

Algunos profesores miran con desaprobación a David.

- Yaldabaoth es visto como un demiurgo, es decir, un creador o artesano divino, que es responsable de la creación del mundo material y de la humanidad - prosigue David

Alguien detrás de David le chista para que guarde silencio mientras el Director cita a Séneca: "La libertad consiste en ser dueño de la propia vida" . El Director aguarda en vano unos instantes, por si su público arranca con una ovación. Se aclara la voz y prosigue con la proclama.

David aprovecha para inclinarse de nuevo hacia Unuy:

- Pero hay algo que no logro encajar en todo esto...

Unuy mira a David, intrigada.

- ¿El qué?

- ¿Qué pinta tu gata en todo este lío?

Unuy se vuelve hacia David, desconcertada justo en el momento en que el discurso concluye. Todos rompen a aplaudir el discurso.
 
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CAP. 4: FUNESTOS PRESAGIOS

Cuando Unuy entra a su apartamento cargada con bolsas de la compra. Una de ellas lleva el logo de una tienda de mascotas. La gata surge desde la espesura del jardín de interior y la recibe con un maullido exigente.

- Claro que me he acordado- le asegura Unuy mientras deja las bolsas sobre el mármol de la encimera- Te he comprado un montón de comida para gatos. Ya debes estar harta de comer atún y, además, yo no pienso compartir mi pizza.

Decidida a ponerse cómoda, se dirige a su dormitorio, se pone el pijama y enciende las velas y el incienso de su altar, cuya foto del maestro Serenvaio parece contemplarla con cariño. La joven descuelga el tambor ceremonial de la pared y se sienta con las piernas cruzadas. Comienza a tocar a un ritmo suave, mientras la gata la observa con curiosidad, tumbada en la cama.

****


En el interior de la maloca, Unuy, con tan solo doce años, tocaba su tambor ceremonial en presencia del maestro curandero Serenvaio.

La joven llevaba el rostro cubierto de intrincados símbolos pintados con delicadeza. Serenvaio susurraba un ícaro que armonizaba con el trance de su discípula, guiándola con sus palabras hacia un ritmo cada vez más intenso. Parecía llevarla al límite de sus capacidades.

Unuy abrió los ojos, pero permaneció en trance. Vio, sentado junto a su maestro, un majestuoso jaguar negro. Al fijarse en el rostro de Serenvaio, descubrió sus ojos felinos y los largos colmillos que asomaban de su boca. Las manos del curandero se habían transformado en poderosas zarpas. Unuy, sin pretenderlo, aumentó el ritmo del tambor. Los acelerados latidos de su corazón marcaban el compás de cada percusión, resonando en el espacio sagrado. Las llamas de las velas, a su alrededor, proyectaban sombras alargadas de las columnas de la maloca, creando un ambiente onírico. La niña cerró los ojos nuevamente, dejándose llevar por el ritmo que fluía a través de ella.

****
Al abrir los ojos, Unuy sobrevoló el curso del río Amazonas como si fuera un águila majestuosa. El viento acariciaba su rostro mientras se dejaba llevar por las corrientes ascendentes. El gran río serpenteaba a través del espeso manto verde, sus caudales sinuosos y majestuosos se extendían como verdes arterias que nutrían de vida al corazón palpitante de la jungla.

Continuó su vuelo, y pronto divisó las ruinas sagradas incas, testigos silenciosos de una civilización extinguida. Los muros de piedra se alzaban orgullosos, cubiertos de musgo y enredaderas, mientras que las terrazas escalonadas se fundían con la exuberante vegetación de la montaña. Unuy sintió una conexión profunda con aquel lugar, como si las piedras y la tierra le susurraran antiguos secretos de sus ancestros.

Finalmente, la visión de Unuy la llevó hacia la maloca de Serenvaio, un santuario construido en perfecta sintonía con su entorno. La estructura circular, sostenida por columnas de madera y cubierta por un techo de hojas de palma, emanaba una energía serena y acogedora. Unuy pudo ver a su maestro en la penumbra de la maloca, rodeado de objetos sagrados y herramientas de curación, mientras sus manos danzaban alrededor de un fuego ritual.

Unuy despertó. Sus ojos, por un efímero instante, reflejaron la mirada aguda de un águila. Tambaleándose, aún aturdida por el trance, luchó por mantener el equilibrio. Serenvaio soltó una risa sincera y la abrazó con calidez.

- ¡El águila! ¡Claro, mi niña! ¡Una poderosa y magnífica águila! - exclamó emocionado el curandero - Ese es tu animal de poder.

Unuy abrazó con fuerza a su maestro y rompió a llorar.

*****
Un graznido de águila saca a Unuy de su trance, con los ojos inundados en lágrimas. Al dirigir su mirada hacia el altar, descubre que la foto de Serenvaio está en llamas. Aterrorizada, se apresura a sofocar el fuego, desconsolada al ver que la imagen de su mentor ha quedado calcinada.

La gata de Unuy, inquieta, erizael pelo y concentra su atención en la puerta. Un sonido semejante a un ronroneo proviene del pasillo. La sombra de un jaguar se proyecta lentamente en la habitación.

La gata, presa del miedo, salta de la cama y huye. Lo primero que Unuy ve entrar en la habitación son dos ojos de felino con un intenso fulgor esmeralda. Luego, en la oscuridad, la joven aprecia la forma de un gran jaguar negro, con el pelaje ensangrentado. Unuy es incapaz de contener la emoción. Alarga su mano hacia el fabuloso animal.

En ese preciso instante, suena el teléfono móvil sobre la mesa del ordenador.

El jaguar se acerca para recibir la caricia, pero antes de que los dedos de Unuy lo toquen, se desvanece paulatinamente hasta desaparecer.

El tono del teléfono persiste, irritante.

Unuy llora desconsolada, sin decidirse a atender la llamada.

*****
Desde su atalaya en la garita, a la entrada del perímetro de los Laboratorios AEON, el vigilante de seguridad observa con cautela la luz de los faros de un vehículo que se aproxima en la penumbra.

Al detenerse el vehículo, la ventanilla del conductor desciende lentamente, revelando el rostro del jefe, el Sr. Carlos de la Torre. Con una mirada de reconocimiento, el vigilante asiente y acciona el mecanismo para abrir la barrera. Al coche del presidente de los laboratorios le sigue una ecléctica caravana de vehículos de todo tipo, desde lujosos deportivos hasta desvencijados coches de segunda mano. La última en pasar es una anciana de aspecto venerable, al volante de un viejo Volkswagen Beetle, que saluda con una amable sonrisa al empleado.

El vigilante, asegurándose de que se trata del último vehículo, baja la barrera con un gesto decidido. El coche de Carlos se estaciona en su lugar de privilegio, mientras que el resto de los vehículos se reparte en la amplia zona de aparcamiento frente a las oficinas de los Laboratorios. Los ocupantes de los coches se dirigen en caótica procesión al imponente edificio acristalado que se yergue como un templo.

***​
En la amplia Sala de Conferencias, una variada multitud vestida con túnicas rojas permanece sentada en las sillas. Enfrente, sobre una tarima, un altar iluminado por velas en el que destaca un cráneo humano y una extraña caja negra tallada con símbolos arcanos. Tras el altar, varios aparatos de apariencia médica y monitores.

Todos los presentes se ponen en pie cuando entra Carlos De la Torre, enfundado en una llamativa túnica dorada. A una señal suya, se apaga la luz y las cortinas domóticas de los ventanales descienden hasta dejar la sala en penumbra. Entonces, las puertas se abren y los sectarios presencian en silencio cómo trasladan a Begoña y Lucía, profundamente dormidas, sobre dos camillas metálicas hasta dejarlas a ambos lados del altar.

Carlos de la Torre supervisa cómo conectan a las mujeres al equipo médico. Los monitores se activan y reflejan en pantalla las constantes vitales y las ondas cerebrales. Carlos se vuelve hacia sus acólitos.

- ¡Oh gran Yaldabaoth, que tu presencia sea revelada en este mundo, que tu poder se extienda y reine sobre todas las cosas!- exclama Carlos.

Los sectarios inician un cántico gutural. Un murmullo que va aumentando de intensidad. Se sitúan en semicírculo tomándose de las manos alrededor de su líder. Los dos acólitos a cargo de las mujeres manipulan un sistema de vías intravenosas que las vacía de su sangre. Carlos toma la caja negra del altar y la abre. Muestra a sus seguidores un mejunje oscuro que parece estar vivo, atrapado en un frasco de cristal con el logo de Laboratorios Aeon.

La intensidad del cántico se acelera. Y los sectarios entonan palabras de un culto olvidado hace siglos:

- Abwoon d'bwashmaya Yaldabaoth! Shub-Niggurath chtenff'aa Yaldabaoth! Ia! Ia! fhtagn Yaldabaoth! Nan zor yibb'sshugg Shub-Niggurath Noute ne enshiri:'Yaldabaoth! Ia! Ia! fhtagn Yaldabaoth!

Carlos De la Torre se aproxima a una bolsa de suero conectada, mediante vías a las venas de las prisioneras. Extrae con una jeringa una muestra del viscoso líquido del frasco y se la inyecta a las jóvenes. Las mujeres comienzan a convulsionar en sus camillas mientras el cántico de los sectarios se intensifica. Los monitores médicos empiezan a mostrar una actividad cerebral y cardiaca alarmante.

- ¡Yaldabaoth, acepta nuestra ofrenda! -grita Carlos con voz poderosa.

Las prisioneras gritan y retuercen sus cuerpos en un paroxismo de dolor. Los monitores emiten un sonido estridente y se apagan y la sala queda sumida en la oscuridad, tan solo iluminada por las llamas de las velas del altar. Los cuerpos de Begoña y Lucía se relajan, hasta sumirse en un profundo sueño.

Uno de los sectarios drena la sangre de las víctimas en una jarra de oro. La llena y se la ofrece a su líder en una copa labrada con el símbolo de Yaldabaoth.

- ¡ Yaldabaoth! ¡¡ Yaldabaoth!! ¡¡¡ Yaldabaoth!!! - exclaman los creyentes del Rey Demonio.

Con la perversidad de una sacrílega comunión, Carlos De la Torre bebe de la copa, mientras sus seguidores se ponen en fila para recibir su parte.

****
La luz de la luna llena ilumina una apartada maloca rodeada de vegetación. Los cánticos de una curandera en plena ceremonia se dejan oír por encima de los sonidos de la selva.

Una figura se aproxima andando sola por el camino en dirección al edificio de madera, muy similar a la maloca de Serenvaio. El hombre solitario, ataviado ahora con una túnica ceremonial con bordados rojos y negros se acerca a la entrada caminando con seguridad: es Runa Puma...

En el interior de su maloca, la curandera Yai Kene, una venerable anciana ataviada con sus ropas tradicionales, canta su ícaro para sus invitados a la cermonia que reposan en sus hamacas. Acompaña sus palabras con el rítmico golpeteo de una maraca de madera. Cuando la sombra de Runa Puma se recorta en la puerta, detiene su cántico. La llegada del brujo altera de forma cruel el trance de los presentes, que se agitan inquietos en sus hamacas.

Yai Kene se descompone en una mueca de horror cuando ve el rostro, cubierto de parásitos de Runa Puma y sus ojos de serpiente. El brujo sonríe a la anciana, mostrando los poderosos incisivos del jaguar.

Yai Kene chilla de terror.

****​

Unuy duerme sobre la colcha de su cama, con la gata a su lado.

La joven se agita en sueños mientras sujeta en su mano un cuarzo rosa.

En el altar, en su lugar de privilegio, la foto calcinada de su mentor, Serenvaio.

FIN DEL EPISODIO PILOTO
 
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Y hasta aquí hemos llegado. Si algún día el proyecto prospera, habréis sido los primeros en saber de él. Por supuesto estaré encantado de responder a cualquier duda que os haya surgido en la lectura. Estoy a vuestra entera disposición y ansioso por saber vuestras opiniones acerca del relato. Os mando a todos un fortísimo abrazo.
 
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