Muchas gracias a todos. A los de siempre y a los nuevos lectores; Zángano y Daeron Inglorion... me alegra compartir mesa y taberna ¡Esta ronda la pago yo, camaradas!
Preguntas y respuestas
Avanzaba por el bosque apretando los dientes, apartando a manotazos las ramas que se interponían en su camino. Había ido a casa de Diron tan pronto se despertó y al no encontrar a su amigo, su estómago se encogió en una dolorosa punzada ¡Ni siquiera había dejado una nota de despedida! Había recogido sus armas y se había marchado.
Sin pensarlo, corrió hacia el lago con la idea de interceptarlo. De camino, hablaba consigo mismo para escoger las palabras que convencieran a su amigo para regresar. Tan solo tres días. No pedía más ¿Cómo podía Diron abandonarle en un momento así? Si al menos se hubiera despedido por escrito... ¿no merecía al menos eso?
Sintió ganas de gritar al bosque su rabia. Siempre había sido un maldito cabezota, se dijo. Desde niños lo habían compartido todo, hasta sus sueños. Zoyghoul era incapaz de imaginar su vida sin Diron en ella. Ni siquiera una nota.
Se sentó sobre un tronco caído y cubierto de musgo ¿Qué hubiera cambiado una nota? Nada ¿Qué esperaba? Zoyghoul, hermano, me voy ¿Acaso no lo sabía ya? Sí, hacía tiempo que Diron pensaba en ello y no había guardado el secreto jamás. No con él. Lo mencionaba a menudo cuando estaban solos, pero no pensaba que ese día llegaría tan pronto. No estaba preparado. El bosmer se secó los ojos húmedos y por un momento, toda su determinación e se esfumó como lo hace la niebla sobre el río al salir el Sol.
Un crujido entre la maleza llamó su atención. Lo vió salir directo hacia él, con las garras dispuestas para atraparle, apenas a unos pasos. Sin tiempo para pensar tensó el arco y disparó.
Un estallido azul recorrió el cuerpo del spriggan cuando la flecha se clavó en su boca, rompiendo los colmillos que encontró a su paso. El cuerpo arbóreo cayó inerte sobre Zoyghoul y éste tuvo que arrastrarse para liberarse de su peso.
El bosmer se incorporó y dió unos pasos hacia atrás. Cayó de nuevo, estorbado por algo en el suelo. Al levantarse, se fijó en el bulto cubierto de larvas y moscas. La reconoció en el acto. Frente a él, sin vida, yacía boca abajo el cadáver de la anciana Zhalika. Invocando a Y'ffre se arrodilló frente a ella y le dió la vuelta. El spriggan no tuvo nada que ver con la muerte de la thane del árbol: los spriggan no usan arco y Zhalika tenía clavadas una docena de flechas atravesándole todo el cuerpo.
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Ymlair tuvo que disimular su euforia cuando Behdili, el bosmer, llegó a su tienda.
Al alba, le habían dado la noticia que tanto esperaba: habían encontrado la entrada al templo. Sin demora, había ordenado a Gaeras prepararlo todo.
- Llévate a los magos - le ordenó- si he interpretado bien las crónicas, los necesitaremos para abrir las puertas.
Gaeras asintió.
- Y también una escolta de hombres escogidos. El templo de Auriel no es un lugar de veraneo. Te lo aseguro.
- Lleva mucho tiempo cerrado - apuntó la elfa con una sonrisa escéptica- Lo que hubiera ahí dentro, si lo hubo alguna vez, estará tan muerto como los antepasados que lo construyeron.
- A veces no sé por qué os aprecio tanto, Gaeras. Está claro que no es por vuestros conocimientos de los lugares sagrados. Quizás sea vuestra estupidez la que me conmueve. Haced lo que os ordeno - conluyó Ymlair.
Forzando una mueca para encajar el insulto, Gaeras se dispuso a obedecer.
- Llevaos también al nuevo recluta, el tal...
- ¿Diron? ¿El bosmer?
- Sí, ése. No querréis que se quede aquí para estorbar nuestros planes - aclaró el hechicero.
Así que, cuando por fin, Behdili acudió a él, Gaeras y su grupo ya debían estar aguardándole en el lago. La impaciencia le consumía.
- ¿Me habéis hecho llamar?- preguntó el bosmer.
- Sí. Os agradezco vuestra presencia.
- Aún queda un día de plazo para que veáis que yo estaba en lo cierto. Esos bosmer son una vergüenza para Y'ffre y los Aldmeri.
- Sabéis tan bien como yo que la respuesta no llegará - apuntó Ymlair.- a menos que sepáis cómo hablar con los muertos.
Behdili, boquiabierto, era incapaz de musitar una respuesta.
.- Tranquilo, mi pequeño amigo. Nadie tiene por qué saber lo que habéis hecho. El motivo de haberos hecho acudir es otro: ¡Arrasadlos!